Cuando comente mis planes los otros tres casi me matan, me piden que no llegue tarde para el próximo bus y que ellos prefieren ir a almorzar en lugar de perder el dinero en un paseo. Comencé a hacer las transacciones con los trabajadores turísticos, luego de un par de llamadas y unos 15 soles se concreto todo: me subí a un taxi y después de un rato ya estaba arriba de un pequeño lanchón con solo tres personas más al interior: un argentino con su novia danesa y un peruano en proceso de obtener nacionalidad boliviana. Al rato un par de muchachos no dicen que el bote no puede partir con menos de seis personas de modo que debíamos esperar a que subieran dos pasajeros más o bien pagar la diferencia, en eso estuvimos hasta que finalmente decidieron llevarnos a los cuatro sin modificaciones en la tarifa.
Con el olor a bencina del motor se daba inicio al paseo que estaría cargado de sorpresas pues ya
alejados de la costa lacustre el joven capitán con su ayudante no paraban de revisar el motor y buscar algunas herramientas mientras la embarcación mantenía rumbo fijo hacia una pequeña península a nos mas de medio kilómetro: el timón no funcionaba! Así que con una pequeña cuerda y un palo de escoba improvisaron el control de este desde el mismo motor y un poco antes de llegar a la otra orilla retomamos nuestra dirección original y nos adentramos por una especie de carretera acuática delimitada por totoras. Luego de unos 45 minutos ya pisábamos una de las islas flotantes y el jefe de la comunidad nos daba la bienvenida.
Al parecer hay tantas islas como familia tiene la
comunidad, a la que llegamos se veía todo dispuesto para recibir a los turistas pues dos grandes tubos de totora servían como cómodos sillones para los viajeros, los que atentos escuchábamos al hombre dictar una pequeña clase sobre el funcionamiento de la comunidad y con una maqueta nos muestra como gracias a la acumulación de grandes cantidades de totora las islas son capaces de mantenerse a flote, luego de lo cual destapa un agujero por el que introduce con gran fuerza un palo que saldría disparado a la superficie comprobando que efectivamente era una isla. Ya terminando la charla no cuenta sobre las penurias que deben pasar asociado a su aislamiento y que sus ingresos los reciben de turistas como nosotros así que nos invita a comprar algunos regalos en una improvisada feria artesanal, yo sin mucha plata prefiero recorrer el islote y tomarme un par de fotos aprovechando la poca luz de día que iba quedando, finalmente accedo y compro un pequeño barquito de totora para mi madre…momentos antes de irnos nos invitan a un paseo un tradicional barco de totora por una módica suma (10 soles creo que eran), a esas alturas ya estaba resignado a gastar mas del dinero que me quedaba de modo que, conmovido por las penurias que me comentaron accedí y tome el paseíllo.
Mientras cruzamos hacia otra isla el papa y la mama Uros remaban mientras hacían cantar a sus dos pequeños hijos canciones de gratitud en diferentes idiomas consiguiendo (con esa muestra de trabajo infantil) volver a conmover mi espíritu y que entregara las últimas monedas bolivianas que tenia reservadas para un amigo que las colecciona.
La islita a la que llegamos era notoriamente más comercial pues tenía unas chozas con puestos de comercio artesanal, un pequeño comedor y hasta unas habitaciones donde por 15 soles puedes pasar la noche. Con un poco de hambre por la falta de almuerzo me compro un pan con queso. Y cuando va cayendo la noche nos piden ayuda para levantar una casita en a un lugar previamente rellenado con totora, pues cada cierto tiempo comienzan a hundirse y necesitan reparar la plataforma que las sustenta, en esas labores estuvimos unos veinte minutos.
Al regreso fue necesario volver a reparar el timón y sin luces des hicimos el camino hacia el puerto. En el camino nos encontramos con otro bote que había quedado en panne. El reloj seguía avanzando y con ello el miedo de perder el bus y seguir gastando parte del dinero que se hacia mas escaso, sin embargo todo salio bien y llegamos sin mayores novedades a nuestro destino. Antes de bajarme le pregunto la edad al capitán y su ayudante: diecisiete y dieciséis respectivamente…es crudo ver como otras realidades dan cuenta de un trabajo infantil, aparentemente, promovido políticamente.
Ya en tierra firme, junto con el argentino y su novia, me subo a un taxi que nos lleva al terminal, al bajar me encuentro con mi hermano y amigo, les pido un par de cigarros y algo de bebida, le comento un poco la travesía, me cuentan que tenían pensado dejarme allí para no perder los pasajes (yo también hubiera hecho lo mismo) y luego de unos minutos nos subimos al bus con destino a Tacna, viaje que tambien estuvo lleno de aventura pero eso será parte de otro relato.
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Toma tu mochila y sal a recorrer el mundo!
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